En verano, El Puerto de Santa María se transforma. El tráfico es odioso, el levante nos vuelve majaras, la población crece desmesuradamente –turismo residencial, lo llaman-, no se puede tomar una tapa sin empujones, aparcar en el centro es una auténtica odisea, pero obviando todas estas cuestiones, El Puerto en verano es maravilloso. Los visitantes de nuestra localidad suelen ser de Sevilla o Jerez, referencia basada en las estadísticas de la EBEP (Encuestas de Barman En Precario). A pesar de este dato empírico y demostrable, el pasado fin de semana nos visitó un grupo de jóvenes mexicanos, los cuales nos hicieron una agradable compañía en la Cristalera y nuestra pregunta de camarero cotilla era obvia, ¿qué hacéis en El Puerto? Estos, que eran parientes, primos concretamente, no pararon de hablar de las lindezas de la ciudad (el mar, la luz) y todo eran gratitudes por la calidad humana portuense.
Entre ellos, Joaquín Muñoz-Seca Ariza. Ahora se entendía todo. Ya me extrañaba a mí que la estrategia turística sol-playera atrajera a un grupo de turistas del otro lado del charco. Venían a un acto de homenaje a su abuelo, Antonio Ariza Cañadilla, cuyo nombre formará parte del callejero portuense. Para muchos un desconocido, como siempre vaya el tópico por delante, nadie es profeta en su tierra.
El reconocimiento le llegó un año después de su muerte en su ciudad natal, por supuesto merecido, solo hay que apreciar su biografía. La ignorancia respecto a este hombre era total, ¿por qué una calle para un desconocido? De hecho, esa inquietud me llevó a investigar sobre él. Antonio Ariza, un portuense que levantó la delegación de las bodegas Domecq en México en 1948, murió en 2005, dejando una leyenda ligada al brandy de esta firma, una profunda afición taurina y la creación de una de las razas equinas más populares de aquel país: el caballo azteca, a partir de yeguas de Pura Raza Española de casa de Álvaro Domecq Romero. Fue contratado para trabajar en Casa Pedro Domecq cuando tenía 16 años y mostró tanto empeño que pronto recibió una oferta irrechazable: viajar a México para promover los productos españoles. A finales de los 40, México cerró sus fronteras a las importaciones, especialmente vinos, y la propuesta exportadora naufragó frente a las restricciones aduaneras. Pero Ariza, quien en 1950 se casó con la veracruzana Lourdes Alduncin, ante tamañas limitaciones y con una extraordinaria visión, soñando quizá con las albarizas del marco de Jerez, predijo que los desiertos de México tenían un enorme potencial vitivinícola. Queda claro, que este reconocimiento es sobradamente merecido, nunca es tarde si la dicha es buena. Vino, toros y caballos ¿quién niega que sea de El Puerto?
Entre ellos, Joaquín Muñoz-Seca Ariza. Ahora se entendía todo. Ya me extrañaba a mí que la estrategia turística sol-playera atrajera a un grupo de turistas del otro lado del charco. Venían a un acto de homenaje a su abuelo, Antonio Ariza Cañadilla, cuyo nombre formará parte del callejero portuense. Para muchos un desconocido, como siempre vaya el tópico por delante, nadie es profeta en su tierra.
El reconocimiento le llegó un año después de su muerte en su ciudad natal, por supuesto merecido, solo hay que apreciar su biografía. La ignorancia respecto a este hombre era total, ¿por qué una calle para un desconocido? De hecho, esa inquietud me llevó a investigar sobre él. Antonio Ariza, un portuense que levantó la delegación de las bodegas Domecq en México en 1948, murió en 2005, dejando una leyenda ligada al brandy de esta firma, una profunda afición taurina y la creación de una de las razas equinas más populares de aquel país: el caballo azteca, a partir de yeguas de Pura Raza Española de casa de Álvaro Domecq Romero. Fue contratado para trabajar en Casa Pedro Domecq cuando tenía 16 años y mostró tanto empeño que pronto recibió una oferta irrechazable: viajar a México para promover los productos españoles. A finales de los 40, México cerró sus fronteras a las importaciones, especialmente vinos, y la propuesta exportadora naufragó frente a las restricciones aduaneras. Pero Ariza, quien en 1950 se casó con la veracruzana Lourdes Alduncin, ante tamañas limitaciones y con una extraordinaria visión, soñando quizá con las albarizas del marco de Jerez, predijo que los desiertos de México tenían un enorme potencial vitivinícola. Queda claro, que este reconocimiento es sobradamente merecido, nunca es tarde si la dicha es buena. Vino, toros y caballos ¿quién niega que sea de El Puerto?
Calle Sol
Diario de Cádiz (14 de Julio de 2006)
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