La alegría de nuestra región empieza a perder su encanto con la llegada inminente del otoño. El final del verano es un hecho. Las clases han comenzado en casi todos los colegios e institutos, los veraneantes se marcharon y nuestra ciudad se queda tranquila y sosegada con sus habituales ochenta mil habitantes (aproximados) hasta que llegue la motorada y el siguiente verano.
Tras el período estival es hora de balances, calculadoras y proyectos para el próximo verano. Algunos negocios, los dedicados a la hostelería fundamentalmente, habrán sacado la maquinita de los números para ajustar las cuentas y las ganancias del verano. Aunque este año no ha sido como otros. Por poner un ejemplo, el año pasado era casi imposible tomar una tapa un jueves veraniego en los bares de la calle Misericordia, ni que decir tiene un viernes o un sábado. En cambio, este año, los jueves han sido muy tranquilos, exceptuando uno o dos en el mes de agosto. Es posible que haya decrecido el número de visitantes. Algunos, los entendidos, señalan incluso que ha bajado la calidad de este turismo. Mis amigos los taxistas hablan del turismo de las “5 P”, es decir playa, paseo, pollo, patatas y pipas. Evidentemente esa puede ser la consecuencia de una gestión global de los munícipes, la entrada y salida de El Puerto atascada en las horas claves (la salida de la gente de la playa, las horas de comienzo de la marcha), la falta de aparcamientos en el centro de la ciudad, la política urbanística que está provocando la escasez de visitas a monumentos por la desaparición de las casas-palacios –y eso que había cien-, la “mierda” que nos llega al cuello con tan precario servicio de limpiezas, las playas sin intimidad con unas viviendas tan cercanas que hacen tener la sensación de estar tomando el sol y el baño en la piscina de una comunidad de vecinos, la falta de una oferta cultural consistente y atrayente –el festival de Teatro de Comedias es una magnífica opción que no se debe quedar solo ahí-.
Indudablemente, no todo es malo y hay cosas positivas, tenemos un magnífico clima, ni toda la culpa la tienen los organismos públicos. Los interesados en explotar el sector turístico deberían mojarse mucho más. Los precios, la inflexible media etiqueta para acceder a ciertos bares nocturnos. Resulta incongruente vender un sitio veraniego y demandar luego la camisa y la corbata. Por otro lado, es que todos los veranos son iguales: teatro, la fiesta nacional (cada vez más penosa como dice mi buen amigo Luís Ortega), playa, una tapa con una coca cola para dos y luego marcha con broncas en la puerta de los bares y discotecas, botellón y más broncas en sus lugares habituales, ambulancias para arriba y coches de policía para abajo. Para qué cambiar la situación si hasta ahora todo va bien. Los aires de cambio se venderán dentro de unos meses, cuando los partidos políticos comiencen a pegar los carteles con la foto de sus candidatos. Más de lo mismo…amaneció sobre el Puerto y salió el sol por donde lo hace siempre.
Tras el período estival es hora de balances, calculadoras y proyectos para el próximo verano. Algunos negocios, los dedicados a la hostelería fundamentalmente, habrán sacado la maquinita de los números para ajustar las cuentas y las ganancias del verano. Aunque este año no ha sido como otros. Por poner un ejemplo, el año pasado era casi imposible tomar una tapa un jueves veraniego en los bares de la calle Misericordia, ni que decir tiene un viernes o un sábado. En cambio, este año, los jueves han sido muy tranquilos, exceptuando uno o dos en el mes de agosto. Es posible que haya decrecido el número de visitantes. Algunos, los entendidos, señalan incluso que ha bajado la calidad de este turismo. Mis amigos los taxistas hablan del turismo de las “5 P”, es decir playa, paseo, pollo, patatas y pipas. Evidentemente esa puede ser la consecuencia de una gestión global de los munícipes, la entrada y salida de El Puerto atascada en las horas claves (la salida de la gente de la playa, las horas de comienzo de la marcha), la falta de aparcamientos en el centro de la ciudad, la política urbanística que está provocando la escasez de visitas a monumentos por la desaparición de las casas-palacios –y eso que había cien-, la “mierda” que nos llega al cuello con tan precario servicio de limpiezas, las playas sin intimidad con unas viviendas tan cercanas que hacen tener la sensación de estar tomando el sol y el baño en la piscina de una comunidad de vecinos, la falta de una oferta cultural consistente y atrayente –el festival de Teatro de Comedias es una magnífica opción que no se debe quedar solo ahí-.
Indudablemente, no todo es malo y hay cosas positivas, tenemos un magnífico clima, ni toda la culpa la tienen los organismos públicos. Los interesados en explotar el sector turístico deberían mojarse mucho más. Los precios, la inflexible media etiqueta para acceder a ciertos bares nocturnos. Resulta incongruente vender un sitio veraniego y demandar luego la camisa y la corbata. Por otro lado, es que todos los veranos son iguales: teatro, la fiesta nacional (cada vez más penosa como dice mi buen amigo Luís Ortega), playa, una tapa con una coca cola para dos y luego marcha con broncas en la puerta de los bares y discotecas, botellón y más broncas en sus lugares habituales, ambulancias para arriba y coches de policía para abajo. Para qué cambiar la situación si hasta ahora todo va bien. Los aires de cambio se venderán dentro de unos meses, cuando los partidos políticos comiencen a pegar los carteles con la foto de sus candidatos. Más de lo mismo…amaneció sobre el Puerto y salió el sol por donde lo hace siempre.
Calle Sol Diario de Cádiz (22 de Septiembre de 2006)
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